"Madrugada", esa piedra basal
Por Ignacio Varchausky*
Ni a irse
ni a quedarse.
A resistir.
Aunque es seguro
que habrá más penas y olvido.
De “Mi Buenos Aires querido” de Juan Gelman y Juan Cedrón
Si hay un tango marginal, es el de Juan Cedrón. Para muchos, Cedrón es un referente del género; sin embargo, a veces pareciera ser casi un extraño entre sus propios pares. Su particular mirada del tango - mezcla rara de antigua alborada y vanguardia eterna- está atravesada por un profundo compromiso ideológico, una total convicción estética y a la vez está teñida de cierta informalidad interpretativa, la
cual resulta atractiva para algunos e incómoda para otros. Esta inusual aproximación le costó la injusta negación del establishment tanguero: aún hoy el “Tata” es mirado de reojo por el público más conservador, y más de uno lo saltea a la hora de escribir la historia de la música de Buenos Aires. Sin embargo, buena parte de las nuevas camadas que surgieron en la escena tanguera a partir de la década del ‘90, lo abrazaron con reverencia e hicieron propia su visión: revisar lo hecho con respeto, animarse a lo no hecho con libertad y desenfado.
Hablemos de su primer disco, Madrugada, la piedra basal de una obra maravillosa, improbable y fantástica, suerte de “Sagrada Familia” de la poesía y el tango, que como aquella de Barcelona aún sigue en construcción. Este disco es el preámbulo de una vastísima producción en la que Cedrón convirtió en canciones muchas poesías de Gelman y la de tantos otros poetas consagrados, como Raúl González Tuñón, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt y Enrique Molina, así como también la obra de numerosos poetas menos conocidos y otros tantos de las nuevas generaciones. Alquimia pura, impensable e impertinente.
Prácticamente inhallable en su formato original de vinilo, Madrugada fue grabado y editado en 1964. Según cuenta el propio Cedrón, el disco se financió con la venta de algunos cuadros que él mismo recibió de su hermano Alberto, de Roberto Broullón y de Leopoldo Presas, y fue uno de los primeros discos argentinos –si no el primero- de edición independiente. En una época en la cual el tango comenzaba a atravesar la mayor depresión de su historia, y con un contexto social revuelto en el cual las jóvenes vanguardias intelectuales se refugiaban en editoriales y sellos al borde de la clandestinidad, el “Tata” dio el puntapié inicial a una nueva forma, una nueva lógica con la cual interpelar al tango desde un presente que parecía tener poco futuro. Mientras los tangueros más tradicionales insistían en devolverle al género su carácter masivo a través de repertorios dramáticos, lacrimógenos y plagados de golpes bajos, y los tangueros más modernos le ponían todas sus fichas al tango instrumental de Piazzolla y Rovira, Cedrón se inventó a sí mismo, creó su original alternativa, una búsqueda con camino propio. Activo partícipe del movimiento de resistencia cultural de los años ‘60, el “Tata” trabajó desde aquel inicio con poetas y artistas plásticos en permanente colaboración. Es junto al poeta Juan Gelman que Cedrón descubre una nueva manera de pensar la identidad a través del tango. Ya no le cantan al barrio del ayer ni le lloran a la vieja, ya no hay autoafirmación, ni retórica vacía, ni farolitos perdidos: Gelman y Cedrón pintan, enuncian y denuncian su realidad, la de una Buenos Aires que es premio y castigo. Y lo hacen con una perspectiva que conmueve, sin grandes despliegues, sin efectos ni chan-chanes, pero con una crudeza que es toda verdad y que nunca deja de ser tango.
Madrugada se grabó en una sola sesión en el estudio Phonal entre nervios y una botella de ginebra a medias entre Gelman y Cedrón. Se trata de una obra conceptual, un verdadero manifiesto donde las poesías de Gelman -quien recita una buena parte de ellas de manera intercalada con los temas instrumentales y los cantados por Cedrón- desbordan lucidez y emocionan hasta ponernos la piel de gallina. El cuarteto -completado por César Strocio en bandoneón, Carlos Francia en cello y Carlos Lavochnik en violín- interviene con un sonido inusual para su época, creando una atmósfera onírica que atrapa y nos muestra una cara distinta del tango. Además, hay cierta viscosidad en el audio del disco que lo hacen único. Todo suena un poco raro en una primera escucha. Raro y bello. El canto del “Tata” aparece aquí como una versión fantasmagórica de aquellos payadores de fin del siglo XIX: “Pasaba algo” parece cantada por la reencarnación de Arturo de Navas o José Bettinoti. Algo similar sucede en “Siete”, donde poesía y tarareo se entremezclan en un fundido espectral.
Escuchar al propio Gelman recitando sus poemas nos allana inmensamente el camino hacia una buena apreciación de la obra. Su voz y su cadencia ponen todo en su lugar y nos llevan de la manito a recorrer el universo poético del disco. Si sólo pudiesen escuchar uno de los recitados de Gelman, elijan los 60 segundos de “El juego en que andamos”. Estremézcanse, tómense un momento y tírense de cabeza al resto del disco.
Madrugada es un disco que -aunque paria- hizo historia. Hoy lo escuchamos y lo releemos como una postal que nos moviliza y nos hace pensar. Pero hay que darle su espacio, su lugar, su momento. Hay que escucharlo sentado, escucharlo en silencio, y recién entonces sumergirse en la maravillosa intimidad de su verdad.
Hoy como nunca cabe retomar las palabras con las que Paco Urondo cierra el texto que prologa la edición original del disco: “Digan lo que digan, yo pregunto: qué haríamos sin este disco, sin sus defectos –que sin duda los debe tener-, cómo haríamos para seguir cantando nosotros , los argentinos, si no queremos cometer errores, si no queremos ver”.
*Contrabajista, productor musical y fundador de la Orquesta El Arranque. Creador y director artístico del programa educacional de la Orquesta Escuela de Tango Emilio Balcarce. Es fundador de TangoVia Buenos Aires, una asociación civil sin fines de lucro la cual tiene como objetivos la preservación, la difusión y el desarrollo de la cultura del tango.